El alcohol es un tipo de bebida que se obtiene a través de destilaciones y fermentaciones.
Las levaduras microscópicas presentes en bebidas como la cerveza, descomponen los azúcares de los alimentos (en el caso de la cerveza, la cebada) en moléculas de alcohol. El alcohol es una sustancia volátil, que tiene el efecto de aportar una nueva dimensión de sabor a las uvas y los granos, al acentuar las moléculas volátiles del propio alimento. Además, en la propia fermentación, las levaduras producen docenas de nuevos aromas, y el fabricante de vino o cerveza dirige estos procesos para obtener el resultado deseado.
Según estudios recientes el consumo de alcohol se remonta a tiempos inmemorables, en concreto hace 10 millones de años cuando aún éramos primates. Fue entonces cuando se produjeron las primeras mutaciones genéticas que nos hicieron desarrollar las enzimas responsables de metabolizar el etanol que se creaba a partir de la fermentación de las frutas, en concreto la ADH4. Fue nuestro ancestro común con el gorila y chimpancé, aquel que al bajar de los árboles pudo haber descubierto el poder de la fermentación de las frutas.
¿Pero el alcohol es bueno para el cuerpo?
Durante el proceso de fermentación, las levaduras producen una serie de reacciones químicas, dando lugar a distintas moléculas. El ácido succínico aporta un sabor umami, se generan ésteres con olor a fruta y compuestos de azufre que recuerdan al aroma del café o de las tostadas. Las células de las levaduras mueren, y sus enzimas digieren la célula, liberando el contenido de su interior a la bebida. Por eso el alcohol tiene propiedades nutricionales como proteínas o vitaminas del grupo B.
De igual forma, el alcohol producido durante la fermentación del vino o la cerveza, es también un “arma química” defensiva que producen las levaduras para protegerse de la competencia de otros microorganismos. Por ello, el alcohol es tóxico para las células vivas; incluso las levaduras pueden tolerar solamente una cierta cantidad. La sensación de placer que obtenemos momentáneamente cuando consumimos cantidades moderadas de alcohol no es más que la alteración del funcionamiento normal de las neuronas en nuestro cerebro. El alcohol interfiere con los circuitos de dopamina del cerebro, entorpeciendo su correcto desarrollo. También es un depresor del sistema nervioso, lo que quiere decir que paraliza las funciones superiores de control del comportamiento. El cerebro normalmente actúainhibiendo los comportamientos que no ayudan a perseguir el objetivo que tengamos en mente, y el alcohol hace que haya una “desinhibición”, o en otras palabras, una pérdida de control. Y, a cantidades mayores, esas sensaciones de “placer” y desinhibición son sustituidas por un efecto narcótico; es decir por sopor, confusión y letargo. Además, el consumo “crónico” de alcohol trae consecuencias devastadoras a largo plazo. En los próximos párrafos se explica cuando se considera consumo crónico, a nivel de estudios.
¿Por qué es tan tóxico el alcohol ? ¿Y, es verdad que el alcohol “engorda”?
La molécula de alcohol tiene una estructura química que se asemeja a aquella de los azúcares, pero también a la de las grasas. Su valor nutritivo es intermedio entre ambas, aportando 7 kCal por gramo (los azúcares aportan 4 kCal/g y las grasas aportan 9 kCal/g). Por ello se podría decir que tienen más calorías 20 g de alcohol puro que 20 g de azúcares o 20 g de proteínas. La similitud estructural con las
grasas, hace que el alcohol sea capaz de penetrar las membranas celulares fácilmente, siendo capaz de alterar el funcionamiento normal de la célula y a concentraciones altas ocasionando su muerte.
En el caso del vino que también contiene ácido y azúcar, su efectividad como “veneno” aumenta. Cuanto más fuerte es el alcohol, más tóxico se vuelve para otros microorganismos, por eso los licores destilados o vinos reforzados como el oporto no se estropean al
abrir la botella. Las levaduras que producen el alcohol pueden tolerar concentraciones de hasta 20%, pero todos los demás microorganismos o competencia, mueren con una concentración menor.
El grado de intoxicación del alcohol depende de la concentración de alcohol en las células. Para ello, una vez absorbido por el sistema digestivo, la sangre lo distribuye a todos los tejidos para que pueda llegar a sus células. Por eso, las personas más corpulentas tardan más en distribuir el alcohol a todas sus células y suelen requerir concentraciones más altas de alcohol para “emborracharse” en comparación con personas más pequeñas. Los fallos de coordinación y la conducta impulsiva suele aparecer cuando la concentración de alcohol en sangre llega a 0,02-0,03%. Al 0,15% uno está que se cae y al 0,4% puede ser fatal.
¿Cómo se define “consumo crónico de alcohol” en una persona?
El uso crónico de alcohol, a nivel médico, se define como una ingesta de 40 g al día o más en hombres, y 20 g al día o más en mujeres. Para hacernos una idea, 40 g de alcohol se definen precisamente como 375 ml de vino (grado alcohólico de 13%) o 1 L de cerveza (grado alcohólico
de 5%). En la imagen se muestran 3 copas de vino en 3 tipos de copa típicos, y como se puede apreciar, los 125 mL varían mucho en apariencia dependiendo de la forma y tamaño de la copa. Beberse 3 copas de 125 mL, las tres copas de la imagen de abajo, equivaldría pues, a beber 375 mL de vino. Si esta práctica se lleva a menudo podríamos considerar que la persona consume alcohol de forma crónica.
Además, en algunos estudios se ha mostrado que en las personas que consumen cantidades menores de alcohol, es decir 12-24 g/día (112,5 mL de vino – 225 mL de vino, o lo que equivale a una copa pequeña o mediana) se incrementa el riesgo de cirrosis en comparación a personas que no consumen alcohol.
¿Qué consecuencias acarrea el consumo crónico de alcohol?
Como ya sabemos, el alcohol es nocivo, y por ello es el factor de riesgo que más discapacidades y muertes causa a nivel mundial. El consumo crónico de alcohol causa una serie de trastornos inflamatorios en el hígado, que engloban hígado graso alcohólico y esteatohepatitis alcohólica. Este conjunto de patologías ocurre en un 20% de personas con un consumo crónico de alcohol, es más frecuente en mujeres (que consumen cantidades más pequeñas de alcohol pero en consecuencia desarrollan formas más severas de estas enfermedades) y se caracterizan por la “esteatosis” o acumulación de triglicéridos en los hepatocitos. Esos acúmulos de grasa perjudican el tejido, provocando un estado de inflamación crónica. El hígado intenta recuperarse, desarrollando fibrosis. La cirrosis es el último grado de daño en el hígado, y se trata de una cicatrización del tejido hepático que causa un daño irreversible. El riesgo de desarrollar cirrosis a partir de los trastornos previos es del 20%, y depende de la cantidad y duración que se haya consumido alcohol de forma “crónica”, del sexo, de la edad, de patologías crónicas previas, nutrición y otros factores ambientales y genéticos. El próximo estadío o complicación en la que puede desembocar la cirrosis es en carcinoma hepatocelular, que ocurre en un 2-3% de casos.
¿Y qué otras consecuencias puede acarrear el consumo de alcohol?
El consumo de alcohol está relacionado con aumento de grasa visceral, colesterol sérico y ácido úrico. Algunos estudios han llegado a sugerir que los antioxidantes del vino ayudan a reducir los niveles de ácido úrico y prevenir el desarrollo de gota. Sin embargo eso no es del todo cierto, ya que muchos otros metaestudios que han analizado las tendencias generales del consumo de alcohol y su relación con la gota han encontrado una asociación positiva entre ambos factores, siendo una causa directa el consumo de alcohol, incluyendo la cerveza y el vino. En cuanto a los perfiles lipídicos, una intervención nutricional importante para controlar los niveles altos de triglicéridos y colesterol malo (LDL y VLDL) en las dislipemias es restringir la ingesta de alcohol, azúcares y almidones refinados.
¿Pero ayuda el alcohol a digerir la comida?
Todos hemos escuchado alguna vez que “el alcohol ayuda a digerir”. Por ello, en los restaurantes nos recomiendan tomar un buen vino tinto con la carne, un vino blanco con el pescado, o incluso nos preguntan si queremos un “chupito digestivo” al finalizar la comida. Pero la realidad dista de esta creencia. El alcohol no tiene propiedades digestivas. Más bien al contrario, el alcohol impide la secreción de la gastrina, la hormona que señaliza para estimular la liberación de ácido gástrico del estómago. Además, cuanto más graduación tenga el licor, más intenso es este efecto. Por lo tanto, el “licor digestivo” del final de las comidas seguido de unas copas sería lo peor que podríamos hacer para “tener una mejor digestión”, y no va a hacer más que contribuir a que tengamos reflujo gástrico, acidez e hinchazón.